Cierra los ojos y logra sentir como cae una pluma que le acaricia el hombro. Pestañea y cae otra, pero esta vez cerca de él. El puente se va inundando de plumas que caen como los segundos y ellos se miran como pueden y ni si quiera en este espejismo pueden unirse. Por suerte, el teléfono le abre los ojos y la salva de conredarse otra vez con sus ideas. Cuando atiende solo escucha un graznido y entonces sabe que sigue esperando, que no pudo aceptar la idea de la distancia intelectual, ni la distancia física, ni ninguna distancia y que ademas todavía tiene los ojos cerrados.
S.L.
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